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Mujeres que hicieron historia

LOLA MORA: ARTE Y PASIÓN

Mujer rebelde del siglo 19, más o menos por 1840,  LOLA MORA,  luchó para SER lo que fue. Seguramente si viviera, nos diría cosas como: “Me llamo Lola Mora y pertenezco a una generación de olvidadas. No he sido reconocida en la época que me tocó vivir ni en los más de 60 años que han pasado desde mi muerte hasta hoy. Todo exilio es cruel, penoso, muchas veces fatal. El exilio histórico, el de la postergación, no es menos. Revalorarme ante la opinión pública. Decir que fui argentina. Que crecí en soleados campos de provincia, bajo los atardeceres tucumanos, no será fácil, ni será fácil a mis detractores perdonarme…”

“Preguntarán quién soy. Cómo no me he identificado con ninguna de mis contemporáneas. Cuál fue mi pecado para que mi obra, casi toda mi obra no tuviese raíces, como yo, y anduviese durante décadas, trasladada de un lado para otro, de provincia en provincia, puesta en plazas, totalmente fuera de todo cuidado, para que los vientos y las lluvias destruyeran el trabajo exhaustivo, constante, de quién era llamada “la poetisa del buril”… …”Si cabe preguntar quién decidió mi castigo por haber inventariado el alba…, por mirar más allá de las piedras…, por dialogar con la arcilla mientras trataba de acaparar la magia… Y yo tampoco lo supe nunca”… …” Muchos no saben siquiera quién soy, qué hice, en qué tiempo viví”.

 Dolores Candelaria Mora fue una de esas  mujeres argentinas del siglo veinte que convivieron durante toda su vida con el rótulo de “raras”, por el sólo hecho de tener una personalidad amplia y definida y por no aceptar la hipocresía.  Modeló  el mármol como a hijos. Le fue dando  forma. Acunó el desafío. Puso su  amor incondicional en esos mudos herederos que mirarían luego desde su posteridad, sus obras.

 “Seductora por naturaleza, hablaba pausadamente cuando daba una explicación referente a su trabajo. Agradaba instantáneamente. No mostraba poses ni imagen de diva. Teníamos la convicción de haberla conocido siempre. Procurábamos también que no se enojara, porque ahí sí y muy característico de ella,  se rebelaba Lola Mora, máxime tratándose de una injusticia. Desafiaba al mundo. Pedía, Exigía, Reclamaba. Conocer a una mujer así y no sentirse atraído por su personalidad y todo ese mundo interior que la habitaba, hubiese sido como pasar de largo ante la vida.

 Entonces, otra vez a la piedra, a burilar el granítico lenguaje de las formas.  “La escultura, hasta ese momento, había tenido un desarrollo imperceptible, pero la aparición de una mujer excepcional abrió paso a la observación y al reconocimiento”.

 Fue la famosa Fuente de las Nereidas (entre sus obras), la que con su nacimiento constituyó un gran acto de libertad creadora. Una experiencia cultural nueva. Figuras desnudas hasta media pierna, cambió el dato histórico por la mitología y recurrió al mármol por su albura, como homenaje a la mujer. Las Nereidas son hijas de Nereo, Dios de las profundidades marinas. Son divinidades protectoras de los navegantes. Mitad mujer y mitad pez.

 Lola Mora recordaría después: “La fuente sufriría las mismas intranquilidades que yo. Recorrería lugares. Peregrinará como una paria por el pensamiento pusilánime de funcionarios que nunca la vieron con buenos ojos y al igual que mi espíritu, esas Nereidas, mujeres-mitos de la libertad, sufrieron las fisuras propias del quehacer humano”.

Pero sesenta días antes de la inauguración de su fuente, una noticia, muy comentada entonces, abarca los diarios de la época. Ha ganado un concurso en Australia para hacer el monumento a la Reina Victoria. “Abiertos los sobres – dice la crónica- nadie pudo ocultar su sorpresa. La mejor obra. Los comentarios más favorables y el aplauso más caluroso, resultaban fruto del vuelo lírico y la capacidad de una mujer desconocida. Lola Mora, escultora argentina.

La Fuente de Las Nereidas hizo su aparición pública en 1903. El periodismo de ese año relata: “Única mujer entre hombres, fue agasajada por autoridades del gobierno, donde se pidió que la obra (más impactante y magnífica de la escultora)  se trasladara a un lugar más céntrico” para ser apreciada por todos.  Años después, en 1918, por iniciativa de un francés a quién le encargan la urbanización de la Costanera Sur, sería trasladada a ese lugar por la propia artista, donde quedaría hasta el presente.

En sus obras queda plasmado y pone de resalto su espíritu de libertad, su audacia, y su verdadera pasión siendo una escultora magnífica y reconocida a nivel mundial.

A través de su prolífico trabajo, siempre quiso transmitir una imagen positiva de la mujer que rompe con los estereotipos de género, que promueve la igualdad de oportunidades y los derechos de las mujeres.

Dra. Patricia G. López

Abogada de Familia